La fiesta había comenzado antes de la caída de la noche, como era tradición, pero no se habían empezado a ver los primeros adultos por las calles hasta que las linternas iluminaron las calles. Su luz anaranjada distanciaba mucho de la que solía brillar en Quiroga los otros días del año. El recuerdo del color blanco diluido alumbrando sobre las cabezas contrastaba con el olor de castañas de las hogueras y la calabaza tostada que llevaban los niños en los lados de los caminos.
Pese a las múltiples llamas, el aire era húmedo dando una sensación de no haber acabado de salir de la ducha. Les telas se pegaban contra el cuerpo intentando contener el poco calor que producían en las ya de por si frías noches otoño.
Se acercó a la hoguera más cercana, intentando ganar un poco de espacio a la humedad. Los adultos se encogían contra las llamas con sus vasos de cristal rellenos de líquidos transparentes.
—Bebe algo, que pareces un muerto— agarró el vidrio que le ofrecían, frio y caliente al mismo tiempo, y se lo llevó a los labios.
El saber era dulce pero mientras bajaba por su garganta se volvía amargo. Tosió desconcertado, no recordaba que la sidra le hiciera semejante efecto. Si recordaba la sensación de ligereza, y el cosquilleo en la parte de detrás de la cabeza. Pero el fuego que se le atragantaba no lo había experimentado antes.
Aun con espasmos, dejó caer el vaso que se rompió elevando notas finas y agudas, dirigiendo la atención de los presentes en su dirección.
—Santo cielo, ¿estás bien? — pregunto una mujer arropándola con sus brazos enmarcados en una gran chaqueta.
No supo que responder. Sentía una enorme lastima de los pedazos de vidrio esparcidos por el suelo, y aun más por el preciado líquido que se había perdido por su torpeza, pero todavía más vergüenza por los ojos que examinaban de arriba abajo su persona. Quizás por todo ello recibió los siguientes comentarios.
—Parece que haya visto un muerto.
—Tiene las manos heladas.
La invitación de acercarse al interior de una cosa, donde recuperar el calor cerca de la lareira no tardo. Sin poder discutir o mediar palabra se encontró en un pequeño comedor de piedra antigua sobre un cojín dispuesto junto a la chimenea.
Como para mantener ese ambiente místico que se respiraba en las calles, la habitación tampoco contaba con sus focos de luz habituales, si no con velas colgadas de sus candelabros sobre el alfeizar de la ventana. Eso, junto las llamas del fuego hogareño iluminaban suficientemente lo que parecía ser un pequeño banquete para algún animal. Frutas, pastas y nueces se acumulaban alrededor del fuego, esperando a ser tomados por alguien.
—Son para los espíritus. —le advirtió la mujer en cuanto se iba a llevar una nuez a la boca.
La dejó caer de vuelta en el montón si se quedo observando a la mujer. Pronto muchas otras personas entraron, según avanzaba la noche. Niños vestidos con disfraces, ancianos con bastones sonoros y aliento a alcohol. Todos pasaron por delante de la chimenea sin fijarse en la persona sentada junto a ella, esperando pacientemente. De algún modo se habían olvidado de presencia, lo cual recuperaba su confianza perdida. Nunca le había gustado ser el centro de atención.
Para cuando llegaron las altas horas de la noche ya todos dormían. La casa estaba en silencio y poco se oía en las calles, que se habían vuelto oscuras y tenebrosas al apagarse las hogueras. Pero la chimenea seguía encendida, aunque amenazaba ya con apagarse.
Se levantó con sigilo, intentando no hacer ruido, pese a que sus pies habían dejado de tocar el suelo hacia tiempo. Se acercó a la ventana, donde las titilantes velas medio derretidas combatían las oscuridad exterior, y amenazaban con acabar incendiando las cortinas.
El simple roce de sus dedos, helados pese a las horas que había permanecido junto al fuego, bastaron para apagarlas.
Mientras el humo ligero y aromático se elevaba en la oscuridad volvió a su cojín. Todavía quedaba un buen festín por devorar, y debía darse prisa si quería haber acabado antes del amanecer. Como cada año, en el momento en que el sol cruzara los cristales, se habría desvanecido y no podría volver a saborear, oír, escuchar, ver, ni tocar nada por un año entero.
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