La autora
Vamos a intentar ahondar un poco más en tu ser como escritora. Leíste mucho antes de empezar a escribir. ¿Cuándo te propusiste pasar de lectora a escritora? ¿Hubo algún libro que te inspirara?
Soy lectora desde antes de tener uso de razón, ya que mi madre me enseñó a leer a los cuatro años y, en la época, el uso de razón, según la Iglesia, se alcanzaba a los seis. He debido de leer un par de miles de libros a lo largo de mi vida y es algo que me define. No me imagino a mí misma sin leer. Todas esas lecturas me han ido conformando y, poco a poco, desde las primeras, me fueron llevando a pensar por mi cuenta finales alternativos o a extender en mi cabeza escenas que me gustaban particularmente, o a hacer diálogos inventados usando a los personajes que mejor me caían. Todos los libros me han inspirado: o bien por sus ideas, o por su manera de narrar, o porque eran buenísimos, o porque estaban mal escritos. De todo se aprende.
Luego, el paso de lectora a escritora es tan fluido que una ni lo nota. Siempre me gustaron las palabras, su sonido, sus distintos significados, los juegos que permitían… Empecé sobre los doce años y luego, a los dieciocho, me dediqué a escribir textos sueltos que no llegaban a ser relatos. A los veintidós escribí el primero, lo mandé a un fanzine de ciencia ficción y me lo publicaron. A partir de ahí cada vez escribía con más frecuencia hasta que un buen día me di cuenta de que escribir era parte fundamental de mi vida. Y… hasta ahora. Treinta novelas y más de cien cuentos, sin contar una tesis y unos cuantos artículos académicos… miles de páginas escritas.
¿Tuviste alguna experiencia como escritora novel que quieras compartir? ¿Cómo enfrentaste la publicación de tu primera obra?
Tuve mucha suerte, porque, como empecé dentro del género de la ciencia ficción, había muchos fanzines, una revista profesional y, poco a poco, alguna colección editorial que no estaba del todo cerrada a gente nueva, aunque hay que decir que a las editoriales de la época publicar autores españoles les parecía un riesgo excesivo.

Lo que aprendí entonces es que hay que empezar desde abajo y no hay que tener prisa en llegar. Es decir, no tiene mucho sentido mandar tu primera novela al premio más grande del país y esperar que alguien la descubra. Es mejor enviarla a un concurso para escritores jóvenes o primeras novelas y empezar a subir a partir de ahí. Luego, por supuesto, no desanimarse si no ganas, o si ganas, pero nadie reseña tu obra o no se vende demasiado. Esto es una carrera de fondo, no un sprint.
Cuando a mí me propusieron publicar mi primer libro, uniendo los relatos que ya habían salido en diferentes revistas y añadiendo una novela breve para completar el conjunto, me lancé de inmediato sin pensar en si el anticipo era bueno o si tenían buena distribución. Ni siquiera entendía todo lo que decía el contrato, pero pensé que poco a poco iría captando los entresijos de ese nuevo mundo.
¿Crees que tu formación como filóloga afecta al modo en que cuentas historias?
Estoy segura de que sí, porque el hecho de haber estudiado dos filologías y de haber pasado una vida analizando textos, enseñando a analizar textos y a crear textos propios, enseñando historia de la literatura y viviendo entre varias lenguas me ha hecho mucho más consciente de mil cosas que son fundamentales a la hora de escribir. La más importante de ellas, el amor a la lengua, que es la única herramienta de un escritor. He aprendido también todos los pasos que ha ido dando la narrativa desde sus orígenes, lo que ya se ha intentado, lo que suele fracasar y por qué, los automatismos que se pueden romper y las normas que se podrían transgredir… También me ha permitido leer y estudiar muchos géneros y obras que no eran necesariamente los que yo habría elegido como simple lectora, y de todo ello he aprendido mucho. Ha sido un viaje apasionante, y lo sigue siendo.
¿Cómo ha afectado tu vida en Austria tu capacidad para publicar y promocionar tus libros?
Como todo en esta vida, ha tenido ventajas e inconvenientes. Por el lado negativo, durante muchos años he estado muy sola, muy aislada de otros escritores, del mundo editorial, de la realidad del día a día literario de mi país. No pude ir a fiestas ni a muchas ferias del libro en España, donde habría podido relacionarme con gente de mi gremio. Pero tuve la suerte de ser invitada ya en 1996 a la Semana Negra de Gijón, que se convirtió para mí en una visita indispensable en mi vida año tras año y donde conocí a muchas de las personas que han sido cruciales en mi desarrollo como escritora. Después de eso, en cuanto empecé a publicar en otros países, y mis hijos ya no me necesitaban tanto, he tenido ocasión de viajar mucho a festivales, ferias y lecturas por todo el mundo, desde Hamburgo a Sidney pasando por México y Moscú.
La parte buena ha sido que, durante muchísimo tiempo, aunque en mi propio país no era tan conocida, he podido afianzarme en el exterior y no he tenido que entrar en peleas, tomas de postura, bandos, etc. y siempre he escrito lo que he querido escribir, sin que me influyera lo que “se lleva” o “parece que vende bien”. He podido probar todos los géneros que me han apetecido, y todas las hibridaciones que se me ha pasado por la cabeza; me he establecido tanto en literatura para adultos como en literatura para jóvenes y he podido disfrutar de todas mis líneas de trabajo sin que una editorial me dijera nunca cuál era el hueco que habían previsto para mí.
Su obra
Todo el mundo habla de que a veces no puedes evitar hacer el protagonista a tu imagen, sobre todo cuando empiezas. ¿Hay alguno de tus personajes que crees que se parece a ti?
Es muy frecuente al principio, es cierto. Supongo que es falta de experiencia para crear personajes desde cero o bien que a una le hace ilusión mostrarse a los lectores y que vean cómo eres y cómo te comportas. Yo, al principio, también usaba mi propia personalidad para crear los cimientos de algunos personajes, pero sabía -por mi formación filológica- que eso es propio de principiantes y tenía que procurar salir pronto de esa trampa. Hace mucho que mis personajes no se parecen nada a mí, aunque algunos sí tienen rasgos que yo desearía tener, pero que sé que en la vida real no llegaré a tener nunca.
Todos tenemos un hijo favorito. ¿Cuál de todos tus libros tiene un lugar especial en tu corazón?
Todas mis novelas son hijas del amor (y sé que suena totalmente folletinesco) y, por tanto, las he querido mucho y las sigo queriendo. Nunca he escrito nada por encargo o para poder pagar facturas; eso ha sido una gran suerte.
De todas formas, El secreto del orfebre tiene algo especial para mí, y Disfraces terribles es una novela que amo particularmente, y El almacén de las palabras terribles, y Cordeluna, que me han dado tantas alegrías, y El color del silencio, que me permitió llegar a tantísimos lectores en mi propio país, y Anima mundi, mi trilogía fantástica, que no funcionó tan bien como yo le deseaba pero que me parece un gran paso en mi dominio del oficio, y Consecuencias naturales, que prefigura temas que ahora, veinticinco años más tarde, son realmente relevantes, y El vuelo del Hipogrifo, que es mi declaración de amor a la literatura… Ay, todas tienen algo que las hace especiales y muy amadas.
¿Tienes algún proyecto en el horno? ¿Puedes hablarnos de él?
En octubre sale mi nueva novela –La noche de plata– que esta vez, aunque sea híbrida como todas las mías, se decanta más bien por el género negro. Sucede en Viena, durante el invierno, y es una novela oscura donde se tratan temas muy duros, pero a mi manera, de forma que, en lugar de detenerme en los detalles escabrosos, ayudo al lector o lectora a completar lo sucedido usando su propia experiencia del mundo, sus lecturas y su inteligencia.
En esta ocasión he elegido otra de las ciudades europeas que amo. Llevo mucho tiempo sintiendo que estamos excesivamente colonizados por lo anglosajón, que la mayor parte de novelas extranjeras que leemos traducidas proceden de Gran Bretaña o Estados Unidos, y la acción sucede en esos países, en un ambiente que no tiene mucho que ver con Europa, pero que nos hemos acostumbrado a ver “normal”. Yo decidí hace mucho colaborar con la idea de crear una Europa Unida escribiendo novelas europeas, que sucedan en ciudades que no sean ni Londres, ni Nueva York ni la campiña inglesa.
En cuanto a proyectos futuros, tengo tres novelas empezadas y dos más en desarrollo interno, pero aún no sé cuál va a ser la siguiente en acaparar por completo mi atención. Ahora quisiera tener un par de semanas de descanso para disfrutar del verano, antes de lanzarme a la próxima.
Escribes un poco de todo desde ensayo hasta ciencia ficción, pero según lo que he leído te defines como autora de fantasía. ¿Por qué?
Me he definido durante mucho tiempo más bien como autora de fantástico, que parece lo mismo que “fantasía”, pero no lo es. Ahora, sin embargo, en vista de los resultados, cada vez más me defino como escritora sin etiquetas. Me enamoro de una historia que quiero contar por encima de todo y me pongo a ello sin preguntarle de qué género es. De todas formas, el fantástico, en general, es el origen de toda narrativa. La literatura nació para narrar lo extraordinario, lo milagroso, lo extraño, lo que no pasa todos los días y a todo el mundo. La literatura realista fue un invento tardío cuando la burguesía empezaba a imponerse y quería verse representada en obras literarias. A veces da la impresión de que nuestro país -por razones que sería muy largo detallar aquí- se quedó varado en el realismo y mucha gente piensa que es lo único que tiene auténtico valor.
Yo escribo toda clase de historias, pero incluso en las que no hay absolutamente nada fantástico, me concentro en lo que no es cotidiano: bien en antiguos pecados, en secretos inconfesables, en actos terribles, en cosas extrañas y curiosas… en todo lo que a mí me gusta y me interesa como lectora. Me aburro mucho -como lectora- con las elucubraciones de un señor sobre su propia vida y por eso no lo hago cuando escribo yo.
La iniciativa
¿Qué proporción de libros con autoras femeninas hay en tu biblioteca? ¿Crees que es necesario aumentar la visibilidad de obras femeninas?
Pues no los he contado nunca, pero de los modernos -quiero decir entre los que he comprado en los últimos veinte años- sobre el setenta y cinco por ciento. Los clásicos que he usado en mi vida universitaria son, por obvias razones, casi cien por cien de hombres, pero los libros que compro por elección propia y la literatura del siglo XX son en muy gran parte de mujeres, ya que este fue un descubrimiento que hice por mi cuenta hace casi cuarenta años: encontré las novelas de Ursula K. LeGuin y luego leí el ensayo de Joanna Russ “How to supress women’s writing”. Me di cuenta de que tenía toda la razón, y a partir de ese momento empecé a leer conscientemente obras escritas por mujeres, tanto anglosajonas (filología anglogermánica fue mi primera carrera) como después hispanas. Francesas ya había empezado a leer en el bachillerato: Duras, Yourcenar, Sarraute… Durante mucho tiempo las obras de mujeres no recibían la atención de la crítica o eran tachadas de “blandas” y “sentimentales” y lo mejor que se le podía decir a una escritora era que “escribe como un hombre”. Yo nunca me lo creí y me di cuenta de que solo hay una distinción: si la obra es buena o no lo es. Ni el sexo ni el género tienen nada que ver en ello.

Contestando a la segunda pregunta, sí, creo que sigue siendo necesario aumentar la visibilidad de la literatura escrita por mujeres porque, aunque cada vez hay más autoras y la mayor parte del público lector es femenino, todavía queda ese estereotipo de que la literatura “seria”, la “de verdad” es la que está escrita por hombres. Aún hay mucha gente que cree que las mujeres escriben solo para otras mujeres, mientras que los varones escriben para todo el mundo, porque lo que ellos hacen es “universal”, mientras que lo que nosotras hacemos es “femenino”. Es una grandísima estupidez y por eso hay que seguir trabajando para hacerlo desaparecer.
¿Qué opinas de la iniciativa #UnAñoDeAutoras? ¿Y de otras similares como #Adoptaunaautora o La Nave Inivisible? ¿Las conoces?
Sí, claro que las conozco. Son gente estupenda a la que he tratado unas veces al natural y otras por las redes y, con suerte, nos encontramos en el Festival Celsius, que es lo mejor que le ha pasado a este país en muchísimo tiempo en relación con las literaturas del fantástico.
Me parecen unas iniciativas maravillosas, muy inteligentes, muy necesarias y, además, algo que me encanta: llenísimas de pasión. Porque hace falta mucha pasión para darse el trabajo que cuesta sacarlo adelante. Me alegra mucho que ahora haya tantas mujeres escritoras, reseñistas, traductoras, editoras, blogueras, gamers… que las mujeres hayan empezado a reclamar y conquistar su lugar en un mundo que parecía reservado a los hombres. Por otro lado, también me llena de alegría que haya cada vez más hombres que no solo no se sienten atacados y agraviados por la presencia femenina, sino que la acogen con entusiasmo. Y hablo de una relación de colegas, de compañeros, no de que se alegren de que en los encuentros y festivales haya chicas para ligar 😉
¿Qué cambio consideras imprescindible para hacer la igualdad literaria real?
Se trata de un cambio social, cultural, hacia el que creo que nos estamos encaminando ya con buenos resultados, pero no podemos relajarnos y pensar que lo hemos conseguido. Una de las cosas que tenemos que afianzar es la solidaridad entre mujeres. Durante siglos, a las mujeres nos educaban para considerar que éramos competidoras para conseguir a un hombre, sin el cual no podríamos sobrevivir, precisamente por ser mujeres. Eso nos llevaba a pensar que toda mujer era una rival y que incluso la mejor amiga podría traicionarte. Cuando una mujer llegaba -por las razones que fueran- a un puesto ligeramente superior y podía elegir a alguien, solía elegir a un hombre, no a otra mujer, por ese miedo ancestral, y por el orgullo de ser la única que lo había conseguido.
Creo que ahora vamos mejorando en ese sentido: las mujeres nos apoyamos más, nos respetamos profesionalmente; ya casi ninguna piensa que un abogado es mejor que una abogada o un cirujano superior a una cirujana. Los hombres también se han dado cuenta de que lo importante en una obra es la obra en sí, no quien la haya escrito, o construido o pintado, etc.
La educación infantil y muchas familias están ayudando para que las siguientes generaciones no tengan ya tantos clichés de género que impiden el desarrollo igualitario. Yo tengo esperanza, aunque sé muy bien que aún quedan muchos de “hay cosas de hombres, y hay cosas de mujeres” y “la mujer, calladita está más guapa”.
¿Quieres añadir algo más?
Gracias por la oferta, pero me parece que ya he hablado tanto que seguramente es incluso demasiado 😊